Una mirada al pasado:
la iniciación a la investigación en el Instituto de Historia Económica y Social Gerónimo de Uztariz
En junio de 1988, finalizada mi licenciatura en Historia Contemporánea en la Universidad de Granada, volví a Pamplona. Las perspectivas laborales de un recién licenciado que soñaba con desarrollar su carrera en la Universidad, en una Comunidad Autónoma que carecía de ella, resultaban escasas. Por aquél entonces, algunos de mis colegas universitarios confiaban, tras uno o dos años de preparación, en obtener un puesto de funcionario -o, en su caso, de interino- como profesor de Enseñanzas medias. Otros entendían que el limitado número de plazas ofertadas por el Ministerio de Educación o el Gobierno de Navarra hacían más práctico adecuar su perfil hacia el cuerpo de Archivos y Bibliotecas. Y la mayoría consideraron -no sin cierta fustración- que la mejor salida era aceptar cualquier trabajo digno para salir del paso. Mi interés por vincular mi futuro a la Universidad se fue fraguando en los últimos cursos de carrera con mis primeros trabajos de iniciación a la investigación histórica. Fue entonces cuando por motivos desconocidos cayó en mis manos un folleto que resultó ser la Ley de Reforma Universitaria, donde venían claramente explicadas las distintas categorías profesionales (Ayudante, Asociado, Profesor Titular de Escuela Universitaria..) y los diferentes requisitos académicos de acceso. Estaba claro, como ocurre en la actualidad, que cualquier pretensión laboral en este sentido pasaba por realizar la Tesis doctoral. En la mayoría de las Universidades este tipo de investigación venía animada por el interés de algún profesor que, a la par que generosamente devolvía el favor que su día le hizo otro colega, extendía su agenda de investigación a temas no suficientemente tratados, bajo el sustento económico ofrecido por las tradicionales becas del Ministerio de Educación y Ciencia y/o de las Comunidades Autónomas. En aquellos años, recuerdo que el Ministerio hizo un esfuerzo económico especial en el campo de Humanidades priorizando las investigaciones más variadas que tuvieran que ver con el V Centenario de la llamada Conquista de América (1992), al igual que el Gobierno de Navarra premiaba todo tema relacionado con el Camino de Santiago, ante la efeméride del Año Santo Compostelano (1993). Animado por mis primeros trabajos en Historia Contemporánea (p. ej. sobre el nacimiento del Nacionalismo Vasco), así como por el éxito de mi buen amigo Mikel Astrain, que recibió una beca predoctoral del MEC, presenté al Gobierno de Navarra un proyecto de tesis doctoral, bajo la supervisión del profesor de Granada Fernando Bastarreche, sobre la situación socio-económica del ejercito carlista. El intento fue baldío. No sufrí una gran decepción, en parte porque quién se había encargado de evaluar y aprobar las futuras tesis doctorales no era doctor y porque mi tema nada tenía que ver con ‘el camino´.
En este contexto, mi amigo Iñaki Iriarte me animó a formar parte del Instituto Gerónimo de Uztariz, de manera especial porque tenía conocimiento de que se iba a formar un grupo de investigación que, dirigido por el profesor Alejandro Arizkun, tenía la pretensión de estudiar «Las aportaciones navarras al proceso de industrialización español, 1876-1936». Esta última información se trasladó a todos los miembros del Instituto y, tras una preselección, fui elegido, junto a Josele Santamaría, Carmen Loshuertos y Ana Lozano, para preparar la solicitud del «Proyecto de Investigación Universitaria de interés especial» al Departamento de Educación del Gobierno de Navarra. A mediados de septiembre, el proyecto fue aprobado para un período de tres años, con una cuantía global importante (algo más de ocho millones), si bien los honorarios percibidos mensualmente por cada uno de los miembros de autodenominado Grupo de Industria apenas sobrepasaba las 40.000 ptas. Nuestro centro de reunión fue un pequeño despacho ubicado en la sede del Instituto, primero, en la calle Estafeta y, después, en San Nicolás. La actividad del Gerónimo en el campo de la investigación, porque en el terreno de la difusión creo que ha sido más regular, fue frenética. Con la perspectiva que dan los años, resulta difícil entender que un Instituto de Historia de ámbito provincial, no vinculado directamente a la Universidad, pudiera reunir dos o tres grupos de investigación activos (el nuestro seguía la estela del Grupo de la Tierra) con una quincena de miembros. Evidentemente, la respuesta debe buscarse de manera inmediata en el entusiamo y generosidad de sus directores, Alejadro Arizkun -Universidad del País Vasco- y Domingo Gallego -Universidad de Zaragoza-, y de manera mediata en el ánimo compartido por otros muchos docentes e investigadores del Instituto que veían trabajando en el mismo con antelación, compartiendo una forma de hacer historia alternativa, crítica y plural a la monolítica e idílica ofrecida por los círculos académicos oficiales de la UNA. Una historia, esta última, que, sometida a múltiples prejuicios ideológicos, tenía entonces poca o ninguna consideración por la historia social y económica de la provincia: muy alejada, por tanto, de los marcos conceptuales y análiticos desplegados en buena parte de las universidades españolas y extranjeras.
Por lo que se refiere al trabajo diario de investigación, el Grupo de Industria inició sus actividades en una doble dirección. La primera consistió en la puesta en común de las lecturas que nuestro director, Alejandro Arizkun, nos fue ofreciendo sobre textos de referencia (Carreras, Padros, Nadal, Gómez Mendoza, Comín, Tortella, Maluquer, etc.). La segunda línea de actividad se dirigió a la recopilación bibliografía, así como al expurgo, ordenación búsqueda de información de los entonces maltrechos archivos provinciales. En este último capítulo fue de especial ayuda la sugerencia de Pilar Erdociain y Consue Salinas que nos alentaron a consultar en el Archivo Administrativo de Navarra los libros de catastro que, junto a la información relativa a la contribución rústica y urbana, daban información también de la tributación industrial. Sabido que los trabajos de Nadal sobre la industrialización española se habían basado en esta fuente fiscal y habían quedado en cierto modo incompletos por la ausencia de las provincias «exentas», nuestro arduo trabajo de compilación en fichas (no exitían los ordenadores portátiles) de todas las actividades fabriles municipales de la provincia entre 1876 y 1927, se hizo más ameno y atractivo. Resultaba claro para todos nosotros que Navarra hasta mediados del siglo XX había sido una provincia «eminentemente rural», por lo que en nuestro recuento no ibamos a encontrar grandes sorpresas. Pero también era cierto que bajo un concepto de industria más amplio que el tradicional de gran empresa, que incluía entre otras a la industria rural (p. ej. telares comunes, molinos harineros, fábricas de chocolate, etc.), nuestra investigación tenía pleno sentido. De hecho, se enmarcarba dentro de una corriente de la historiografía española que estudiaba con gran entusiasmo un tema ignoto: las industrias de las regiones agrarias, con el propósito de ponderar su valor, descifrar su ritmo de crecimiento y, sobre todo, las razones de su deficiente desarrollo. Nuestra formación también se fue completando con varios cursos monográficos impartidos por diferentes especialistas invitados por el propio Instituto, así como con la asistencia a distintos seminarios y congresos que nos permitieron presentar nuestros trabajos, pero sobre todo conocer de primera mano a celebres y nóveles investigadores del alejado entonces mundo universitario. Si tuviera que destacar alguno de ellos, citaría el Seminario organizado en Pamplona sobre las Fuentes de la Historia Industrial -1989-, el IV Congreso de la Asociación de Historia Económica -1989- y el II Congreso de Historia de Navarra de los siglos XVIII, XIX y XX -1991-. También, indudablemente, tuvo una importancia relevante en mi formación, la realización, junto a otros miembros del Instituto, de los cursos de doctorado en el Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de Zaragoza. La incomodidad que arrastraba desplazarse una o dos veces por semana 170 kms, tenía como contrapartida el intercambio de opiniones sobre diferentes temas académicos y domésticos. De hecho, por citar algunos, no eran pocos los comentarios sobre los cursos impartidos por Julián Casanovas sobre la transición española, por Ignacio Izuzquiza sobre las teorías de la complejidad y por Domingo Gallego sobre la Historia del pensamiento. Del mismo modo, siempre eran frecuentes las charlas sobre los problemas cotidianos que encontrábamos en nuestro trabajo, así como los referidos al futuro del Instituto, toda vez que la recien creada UPNA sería la encargada de gestionar la investigación en un futuro próximo. Aunque en este y otros temas semejantes, como era lógico, carecíamos de la información y el juicio que parecían tener los ‘senior´ del Instituto.
Las relaciones con los otros miembros del grupo fueron de menos a más. Si al principio tan sólo me unía con Josele, Carmen y Ana el participar en un trabajo -ellas habían compartidos aulas en Zaragoza-, pasado un tiempo nos hicimos buenos amigos. La relación con Alejandro Arizkun fue más intensa porque asumió la pesada carga de ser mi director de tesis, y esto alargó nuestros contactos períodicos durante más de seis años. Como he indicado, el trabajo diario y los viajes a los cursos de doctorado ampliaron el círculo de relaciones con otros investigadores del Gerónimo, pero no puedo decir lo mismo con respecto al resto, que veíamos ocasionalmente en las asambleas anuales; si exceptuamos a Emilio Majuelo y a Joseba de la Torre que, como presidentes del Instituto, mantuvieron una mayor proximidad a nuestros temas.
Un año antes de finalizar la investigación sobre las «Aportaciones navarras al proceso de industrialización español», anticipando su fin, presenté mi proyecto de tesis doctoral «El proceso de industrialización navarro: el desarrollo del sector eléctrico, 1888-1980» a una beca de Formación de Personal Investigador del Gobierno de Navarra, y al tiempo que concurrí a una plaza de Ayudante en la Facultad de Económicas de Granada. Por suerte, en octubre de 1990 las dos solicitudes me fueron concedidas. Y tomé la decisión, dado que las posibilidades de incorporarme como profesor a la UPNA resultaban inciertas a medio plazo, de continuar mi carrera en la Universidad de Granada, sin renunciar a mi condición de becario (sin remuneración salarial) del Gobierno de Navarra. De ahí en adelante, viviendo a más de 800 kilómetros, mi participación en el Instituto ha sido más bien limitada.
En resumen, mi experiencia en el Instituto fue muy positiva. El Gerónimo de Uztariz me ofreció el contexto más adecuado para desarrollar mis primeros pasos en la investigación histórica y, por ello, resultó clave para entender mi posterior vinculación al mundo universitario. Entretanto, con el único tributo del trabajo bien hecho, disfruté mucho y me labré varias amistades que aún conservo.
Josean Garrués